Empecé todo, un poco enojado. Estaba harto. Molesto. Asqueado. Agh…
Mal despertar… y uno peor para alguien tan neurótico como yo.
Estoy en un hospital, para médico y paciente, y nuestra profesora-enfermera-caribeña tía Santina nos dice el procedimiento a realizar, para estos wannabes de médicos. Es hora de lavar a los pacientes!
Y yo me quedó como… “¿ah?” Y Ella dice como, “¡Sí que lo harás!” Y yo exclamó “¿pero por qué?”. Y ella sofríe maliciosamente con un “Pues yo soy la que tiene el poder para aprobarte”
Y pienso “damn… está perra me tiene bajo su control”.
Así que fui… a la vida, preparado para lavar a señoras para nada pudorosas y demases. Cuando descubro la mecánica de todo esto.
Contacto humano. Necesidad de crear lazos. Empatía. Compasión. Vi a un abuelito en una sala atestada. Pacientes hospitalizados por problemas neurológicos. No valentes. No autómatas. Escogí a uno. Uno siempre escoge. En un lugar tan grande nunca hay suficiente ayuda.
El abuelito Miguel, conectado a un suero glucosado, con problemas neurológicos severos. Le pregunté como estaba. La respuesta era obvia. No podía comer. Apenas podía comprender. Sus ojos tenían un dejo de ternura y desesperación. Atrapado en un cuerpo inmóvil. Decidí que el abuelito Miguel, al menos, iba a quedar limpio y con una sonrisa. Aún cuando no pudiera demostrarla.
Por lo que, olvidé todos mis prejuicios y le pregunté a Vanesa, mi enfermera supervisora, lo que debía hacer. Y juntos preparamos un balde con agua caliente. Jabón hipoalergénico. Listo. Lavado de manos. Realizado. Toallas y algodones por montones. Listo. Voluntad para darle dignidad a una persona no valente…
Listo.
Pues eso es lo que me queda hacer. A veces no puedes escapar de regalar una sonrisa. De hacer un gesto honesto. De querer ser justo. De hacer las cosas de forma simple y con alegría en el corazón.
El abuelito Miguel quedó limpio. Dejé un desastre en la sala. Mi cara reflejaba algo nuevo. Algo hermoso. La cara del abuelito también reflejaba algo. El daño a nivel nervio facial no le impidió al abuelito regalarme una sonrisa no visible. Miré la sala. Me miré a mi mismo. Esto es lo que quiero hacer. Pues esto es para que estoy hecho.
Y se siente genial.
Mal despertar… y uno peor para alguien tan neurótico como yo.
Estoy en un hospital, para médico y paciente, y nuestra profesora-enfermera-caribeña tía Santina nos dice el procedimiento a realizar, para estos wannabes de médicos. Es hora de lavar a los pacientes!
Y yo me quedó como… “¿ah?” Y Ella dice como, “¡Sí que lo harás!” Y yo exclamó “¿pero por qué?”. Y ella sofríe maliciosamente con un “Pues yo soy la que tiene el poder para aprobarte”
Y pienso “damn… está perra me tiene bajo su control”.
Así que fui… a la vida, preparado para lavar a señoras para nada pudorosas y demases. Cuando descubro la mecánica de todo esto.
Contacto humano. Necesidad de crear lazos. Empatía. Compasión. Vi a un abuelito en una sala atestada. Pacientes hospitalizados por problemas neurológicos. No valentes. No autómatas. Escogí a uno. Uno siempre escoge. En un lugar tan grande nunca hay suficiente ayuda.
El abuelito Miguel, conectado a un suero glucosado, con problemas neurológicos severos. Le pregunté como estaba. La respuesta era obvia. No podía comer. Apenas podía comprender. Sus ojos tenían un dejo de ternura y desesperación. Atrapado en un cuerpo inmóvil. Decidí que el abuelito Miguel, al menos, iba a quedar limpio y con una sonrisa. Aún cuando no pudiera demostrarla.
Por lo que, olvidé todos mis prejuicios y le pregunté a Vanesa, mi enfermera supervisora, lo que debía hacer. Y juntos preparamos un balde con agua caliente. Jabón hipoalergénico. Listo. Lavado de manos. Realizado. Toallas y algodones por montones. Listo. Voluntad para darle dignidad a una persona no valente…
Listo.
Pues eso es lo que me queda hacer. A veces no puedes escapar de regalar una sonrisa. De hacer un gesto honesto. De querer ser justo. De hacer las cosas de forma simple y con alegría en el corazón.
El abuelito Miguel quedó limpio. Dejé un desastre en la sala. Mi cara reflejaba algo nuevo. Algo hermoso. La cara del abuelito también reflejaba algo. El daño a nivel nervio facial no le impidió al abuelito regalarme una sonrisa no visible. Miré la sala. Me miré a mi mismo. Esto es lo que quiero hacer. Pues esto es para que estoy hecho.
Y se siente genial.
4 comentarios:
A veces son buenas unas gotas de bondad. Ni el corazón más perverso es capaz de soportarlas.
Hello Mr. Joako!
Yeah, aunq te cueste creerlo, soy un hombre hetero con blog ;) no te pasi rollos my friend
Y eso po!.. un consejo, cuando sientas ganas de matar un angel, MATALO!!
Ya.. otro dia lee con mas detención tu blog, ahora voy saliendo pa un carrete-cumple-disco-vos caxai..
Nos vemos some day of this.. no-sense days..
En chileno: Los vimos un dia de estos
Adios!
kise decir: leeré con mas detención tu blog ;)
See you Curioso
He vivido esa experiencia muy de cerca, no creo haber tenido prejuicio alguno antes o después.
Me llegó profundamente tu publicación hoy. Ahora estoy más seguro de que no eres del todo un chiquillo medio depre y bizarro.
Que bien que el abuelito Miguel pueda estar limpio y digno, al menos por en esta oportunidad.
Saludos.
Publicar un comentario